Hace unas entradas atrás publiqué "¿por qué engañamos?" Y luego de darle una vuelta al tema me dio a pensar que existe otro lado, el del engañado, y otro, el de ser engañador y, ser amante. Esta inquietud surgió de pronto al darme cuenta de lo que estaba haciendo, y es que dentro de mi facebook (cuando tenía) existía un muchacho lindo, muy tierno y cariñoso, gay también (naturalmente), con el cual congeniamos mucho desde un principio, así mismo empezó una relación sentimental vía facebook, nos llamamos "amigos", pero todo cambió al conocernos, me gustaba, y mucho. Sin embargo, él se encontraba de novio con un chico mayor, lo que no me esperaba era lo que seguía después. Nos propusimos ser amantes mientras ello no interfiriese en nuestra amistad y así mismo, la pasión nos ha llevado a urdir los más sucios planes y así hemos seguido, mi amigo vive con su pareja y hablamos de él como cualquier amigo. Y esto me llevó a pensar ¿qué pasa cuando nos proponemos ser amantes de alguien?, o más aún, ¿cuando lo somos y no nos lo proponemos? Porque odiamos ser engañados pero tenemos miles de excusas para seguir engañando.
Veamos, ser amante de alguien implica reglas tácitas, algunas explícitas y otras dadas por hecho, como mantenerlo en secreto, no levantar sospechas entre los conocidos del engañado, mantener la comunicación sentimental al mínimo y evitar las juntas en público. Eso sin contar las reglas de acuerdo mutuo que se establecen, lo que termina por oficializar el engaño, pues ponerle reglas significa que es legal y bonito.
Por otro lado, existen tipos de amantes, como el (o la) que se justifica diciendo que le entrega todo lo que la oficial no sabe darle, y pienso si eso fuera asíde verdad no estaría de amante entonces, estaría de oficial. Está otro tipo, la de interés, que no busca nada más que ascender en el mundo laboral o académico y cuando ya no puede, cambia de amante por otro que sí de la posibilidad de ascender por el camino fácil. Está la lastimera, que engaña porque él (o ella) está tan mal con su pareja que de forma inmanente se está entrometiendo en medio, y pareciera estar en un estado permanente de separación que siempre tiene un pero, donde lo realmente patético es cuando ponen a los hijos por delante, como si un niño que crece en una familia no tradicionalmente constituida es implacablemente más dañino que crecer en una familia con problemas. Y están los amantes que se justifican diciendo que no significa nada, que él es lo suficientemente grande para saber si lo que está haciendo está bien o no, como yo, indiferente y consciente (care raja si se quiere de otra forma), y es que la principal justificación parte de la base de que los hechos que traen consecuencias no afectan porque sólo se basa en sexo y no hay sentimientos involucrados. Finalmente, están aquellos que son derechamente calientes y que no necesitan ninguna justificación para continuar su pecaminoso actuar.
Por consiguiente, todas aquellas justificaciones son meras excusas que sirven para tratar de validar algo que sencillamente no se justifica. La relación sentimental de dos personas compete a dos personas y sólo dos personas y si ambos están de acuerdo en que se convierta en una relación abierta, perfecto. Pero eso de "ojos que no ven, corazón que no siente" se remonta a una frase de consuelo que se daban entre mujeres cuando los hombres de antaño salían a beber y se iban de putas, y parte de la base de que el hombre puede hacer lo que se le de la gana porque es hombre y la mujer debe estar en casa como mujer abnegada aguardando a su marido. Entendido esto, se invalidan todas las posibles justificaciones, intentos de razonamiento, convencimientos baratos y excusas tranquilizadoras para dejar la conciencia tranquila frente a algo que sencillamente no se debe hacer.
Así mismo surge el morbo, la misma expectación de saber si alguien sabe o se ha dado cuenta de lo que estamos haciendo o también, la intriga de estar seguros de ello, la excitación que produce el acto en sí mismo, la adrenalina de cada encuentro, el secreto guardado y que sólo pertenece a los amantes y que solo otros amantes pueden comprender, la sensación de sentir que estás por sobre alguien al hacerlo y casi sentir que dominas al ser amante pero no te das cuenta de que eres tú mismo el que está siendo dominado por el deseo y se transforma en una obsesión loca, terminas por volverte esclavo hasta que finalmente te das cuenta de que estás erdido cuando los sentimientos afloran donde no deberían y en algún momento en el fondo de uno mismo, se espera que lo elijan a uno, pero eso no ocurrirá.
Somos amantes porque estamos tan desprendidos de las moralidades que estaban infundidas alrededor de nosotros que nos importa bien poco lo que hacemos y hasta justificamos lo que hacemos, donde a veces culpamos al que engaña por aceptar tener un amante pero las cosas se hacen de dos. Somos amantes no porque sea lo más fácil, porque no lo es, sino porque incluso en algunos casos es la ocasión para obtener lo que no es nuestro. Somos amantes porque encontramos en lo prohibido aquello que nos hacía falta y nos hace sentir bien con nosotros mismos. A veces somos amantes por capricho, y a veces, solo a veces por que en lo prohibido encontramos la adrenalina que nos faltaba en nuestra vida.
A mis queridos lectores,
Por consiguiente, todas aquellas justificaciones son meras excusas que sirven para tratar de validar algo que sencillamente no se justifica. La relación sentimental de dos personas compete a dos personas y sólo dos personas y si ambos están de acuerdo en que se convierta en una relación abierta, perfecto. Pero eso de "ojos que no ven, corazón que no siente" se remonta a una frase de consuelo que se daban entre mujeres cuando los hombres de antaño salían a beber y se iban de putas, y parte de la base de que el hombre puede hacer lo que se le de la gana porque es hombre y la mujer debe estar en casa como mujer abnegada aguardando a su marido. Entendido esto, se invalidan todas las posibles justificaciones, intentos de razonamiento, convencimientos baratos y excusas tranquilizadoras para dejar la conciencia tranquila frente a algo que sencillamente no se debe hacer.
Así mismo surge el morbo, la misma expectación de saber si alguien sabe o se ha dado cuenta de lo que estamos haciendo o también, la intriga de estar seguros de ello, la excitación que produce el acto en sí mismo, la adrenalina de cada encuentro, el secreto guardado y que sólo pertenece a los amantes y que solo otros amantes pueden comprender, la sensación de sentir que estás por sobre alguien al hacerlo y casi sentir que dominas al ser amante pero no te das cuenta de que eres tú mismo el que está siendo dominado por el deseo y se transforma en una obsesión loca, terminas por volverte esclavo hasta que finalmente te das cuenta de que estás erdido cuando los sentimientos afloran donde no deberían y en algún momento en el fondo de uno mismo, se espera que lo elijan a uno, pero eso no ocurrirá.
Somos amantes porque estamos tan desprendidos de las moralidades que estaban infundidas alrededor de nosotros que nos importa bien poco lo que hacemos y hasta justificamos lo que hacemos, donde a veces culpamos al que engaña por aceptar tener un amante pero las cosas se hacen de dos. Somos amantes no porque sea lo más fácil, porque no lo es, sino porque incluso en algunos casos es la ocasión para obtener lo que no es nuestro. Somos amantes porque encontramos en lo prohibido aquello que nos hacía falta y nos hace sentir bien con nosotros mismos. A veces somos amantes por capricho, y a veces, solo a veces por que en lo prohibido encontramos la adrenalina que nos faltaba en nuestra vida.
A mis queridos lectores,
Amaroh Hikaru Melville
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