Esta confesión y análisis hace referencia a uno de los tópicos de internet más difundidos y viralizados en Chile, para el cual hay que hacer un poco de contexto, es que la relación entre 'El personaje UDI', 'El Cuico' y lo que voy a escribir es muy estrecha y debe ser justificada, sin ánimos de querer minimizar lo que he hecho, no se puede simplemente.
En los más estereotípicos mitos de internet, es sabido que el cuico (por su acrónimo derivado de los modismos chilenos «culiado y conchetumadre» donde lo más lógico sería escribir 'cuyco', pero ese uso no está aceptado por la sociedad chilena quien ha definido el cómo escribir este acrónimo) es aquel personaje estereotípico caracterizado por tener más poder adquisitivo que la media, suele provenir de una familia reputada o de tradición cuica, vivir en barrios acomodados en casas o departamentos cómodos y bien decorados siempre limpios en gran medida gracias a la clásica "Nana" que se encarga de todo, suelen comprarse artículos de marcas reconocidas, ropas a la moda y por un modo de hablar que pretende (porque no lo logra) ser sofisticado. Hay muchos tipos de cuicos, el cuico simpático, el cuico desagradable, el cuico prepotente, el cuico facho (de derecha, generalmente muy patriota), el cuico socialmente consciente, entre otros.
A los cuicos se les suele atribuir el hecho de que son endogámicos, es decir, que suelen hacer parejas con miembros de su familia, primos en cualquiera de sus grados principalmente, razón por la cual se asocia el que las familias cuicas estén emparentadas entre sí, fusionando negocios y empresas, a pesar de que no esté permitido contraer nupcias, al menos en Chile, con consanguinidad hasta segundo grado. Este aspecto es fundamental entenderlo.
Dentro de los cuicos, hay un segmento que reúne a los de peor calaña en un sub estereotipo de militante o miembro o simpatizante del partido de derecha Unión Democrática Independiente, por sus siglas UDI, sin olvidar la idea de fuerza "popular". Es entonces, que el cuico UDI es relacionado con el antiguo arte de emparejarse, juntarse y, vulgarmente, comerse entre primos. De eso hablaré esta vez.
Aclaro que nunca he sido cuico ni mucho menos UDIota, así que el cuestionamiento en el título viene a juicio de que no reúno las características para ser catalogado como tal. Por consiguiente, el cuestionamiento viene a pito de que por algún extraño motivo he sentido en más de una ocasión el perverso deseo de acostarme con algún primo o prima que tengo por ahí, y en efecto, lo hice.
Recuerdo cuando estaba en la básica aún, me parece que iba en sexto básico, así que ya había tenido algún encuentro sexual prematuro, mis 12 años fueron muy raros. Por aquellos tiempos en una de esas extrañas reuniones familiares con mi vasto lado materno (siempre estoy conociendo gente nueva en esa rama de mi familia, es impresionante) que reunió a un mínimo segmento familiar, para ser precisos, un par de tíos en segundo grado (primos de mi madre), que tenían hijos de mi edad, lo que los haría mis primos en segundo grado, una de ellos, mi prima a la que llamaremos «Dixie» (sólo porque sí) se me insinuó descaradamente y hasta dejó un registro escrito mediante una "cartita" que aún conservo. Resulta que en la misma semana me di cuenta de que Dixie estaba en mi mismo colegio, la tentación estaba latente y cedí ante ella con total holgura: nos besamos y manoseamos descaradamente en un rincón del patio del colegio pero, antes de que fuésemos más allá, sencillamente me dejó de gustar y dejé las cosas hasta ahí (dato de color: hasta donde sé no nos hemos visto en al menos 15 años y contando).
Después de eso, recuerdo el caso de un tío en segundo grado con el que tenemos la misma edad que, solíamos juntarnos mucho de niños y hasta la adolescencia, y cuando descubrí ya entrados los 13 años lo que era la sexualidad y comencé a disfrutarla, la compartí con quien llamaremos «Nano» y cometí uno de los actos más funables de la actualidad: lo desperté sexualmente, es más, lo desperté homosexualmente (lo que prueba que no se enseña ser gay porque este chico al día de hoy es lo menos homo que hay) y es que conmigo experimentó casi de todo y aunque no le gustó nada, fuimos confidentes en muchas ocasiones de nuestras aventuras lujuriosas por varios meses, inclusive fuimos captados por su hermana, horror total. Claro que por él nunca he sentido nada, era un mero morbo sexual.
Casi al mismo tiempo, un primo hermano menor, al que llamaremos «Billy» despertó sexualmente conmigo, y nunca hubo sexo ni mucho menos sentimientos, pero me arrepiento totalmente de aquella experiencia porque después caí en el daño que había hecho y las consecuencias que eso podría tener. Nunca más hablé con Billy, ni siquiera para pedirle perdón.
Después hubo otra ocasión ya en la adolescencia en que me entrometí con un primo hermano al que llamaremos «Boby», y aunque sabía que estaba mal, ambos seguimos por curiosidad, morbo y calentura, fueron contadas ocasiones, pero aunque no había sentimiento, solo existia el morbo y era intenso, jamás hablamos de ello después de la última vez.
Y aunque me gustaría decir que eso es todo, debo admitir que hay un caso más, sorprendentemente menos grave que todos los antes mencionados. Se trata de un primo político, es decir, un primo no consanguíneo pero aquí la historia es más triste, porque si bien, con quien llamaremos «Derek» nos conocimos cuando éramos adolescentes, siempre hubo algo ahí dando vueltas, sólo que ya de adultos cedimos y lo intentamos, fue maravilloso, había sentimiento, pasión y todo marchaba bien, hasta que la relación terminó de la manera más patética con el pasar de los meses debido a mi causa, fui un idiota y prioricé mis compromisos laborales de aquel entonces, enredo que años después aclararía con él en persona y logró que quedásemos en muy buenos términos al día de hoy. Y es que Derek fue uno de mis más sentidos fracasos amorosos, a pesar de la incómoda verdad de que nuestras familias se juntaban a veces como una sola en eventos familiares.
De las cinco experiencias se puede hilar una historia, muy turbia, a decir verdad. No es de extrañar que se me pueda tildar de un maniaco sexual o de un depredador. De todas maneras, no es el objetivo vanagloriarme de ello. Es que son experiencias que, de no haberlas vivido, contarían otra historia de mí.
Este tipo de experiencias son hechos aislados dentro de mi vida personal. Pero lo cierto es que son hechos aislados en la vida de muchos otros también. No es necesario preguntar a mucha gente si han tenido experiencias cercanas con familiares, sobre todo con primos, primos cercanos inclusive. Se trata de anecdotas que nutren nuestro pasado y, como dirían por ahí, forman el carácter.
¿Aprendemos de nuestras experiencias, o esperamos olvidarlas en el fondo de nuestro baúl emocional?
En algunos casos la verdad sale a la luz cuando escuchamos a otros confesar, pero son pocos los que toman la iniciativa de confesar este tipo de experiencias. Cabe entonces cuestionarnos ¿Estamos preparados para tener esta conversación? Quizás necesitamos en el fondo mucha aprobación del entorno o saber que no somos los únicos en vivir ciertos procesos que, nos quitamos nuestra inhibición y decidimos confesar que alguna vez fuimos el placer culposo de un familiar cercano o que tal vez los tuvimos.
En nuestra sociedad actual es difícil establecer límites claros acerca de lo que podemos aceptar y lo que no. La aceptación social es cada vez más ambigua debido a que la libertad y el libertinaje están siendo vistos como una opción personal incuestionable donde hay poco o nulo espacio al excrutinio social. Sin embargo, a estas alturas, se valora mucho más la aceptación personal, independiente de si eso incluye o no un jucio de valor por parte de nosotros mismos.
En ese sentido, hay quienes en su mente tienen a un juez severo y otros un juez más indulgente. Todo depende de los valores morales interpuestos o aprendidos que tenga cada uno. Lo que sí es aceptable es que tengamos presente que ambas partes de una relación deben haber estado de acuerdo o acepttar tácitamente algún tipo de intimidad, de lo contrario, nos enfrentamos a un juicio más que severo, y es que, la experimentación y exploración están permitidos siempre y cuando exista consentimiento, de lo contrario ya pasa a ser abuso, y no queremos entrar en ese agujero.
Si tenemos claras las reglas del juego y aceptamos nuestro pasado, podemos seguir contando anécdotas de nuestras experiencias con libertad y sin inhibiciones, después de todo, se trata de una etapa, una en la que aceptamos ser un poco cuicos en pos de probar los límites naturales, sociales y morales. Tal vez, algún dia podamos tener relaciones libres de excrutinio para crecer sin tener que ocultar lo que somos y lo que hemos hecho.
A mis queridos lectores
Amaroh Hikaru Melville.