viernes, 7 de junio de 2024

LA CONFANZA ES FUNDAMENTAL

En un mundo de desconfianzas, donde la información está tan accesible, algunas veces nos equivocamos, no solo en confiar en alguien equivocado, sino en provocar desconfianza hasta en los más cercanos y en los más insignificantes detalles.

La confianza es un aspecto curioso, no exclusivo de nuestra especie, mas se extrapola a todos los vínculos que podamos generar, con otras personas o con nuestras mascotas. A fin de cuentas, nos es difícil establecer con claridad qué tipo de relación es corrompida con más facilidad por la desconfianza.

Muchas veces cometemos el error de romper la confianza con nuestros padres, muchas veces por nimiedades, a veces con amigos por traicionarlos con alguna estupidez, y a veces a nuestras parejas por algo que suele ser más grave.

La confianza es algo complejo en sí mismo, tan capaz de generar vínculos complejos como de romperlos. Entonces me puse a pensar, cuando la confianza se rompe ¿hasta dónde estamos dispuestos a llegar por recuperarla?

En mi experiencia, una desconfianza surgida por una traición puede ser tanto o más grave que un simple ocultamiento de información. Sin embargo, depende mucho de ambos actores, depende mucho de las incidencias, depende de la sensibilidad de cada uno y del vínculo establecido.

Si estamos dispuestos a reparar una relación rota por la desconfianza ¿cuándo podemos estar seguros de haberla recuperado? o será que nunca se recupera del todo e inevitablemente debemos vivir con esa mancha en nuestro expediente, como una anotación en nuestro certificado de antecedentes de las relaciones.

Mucho de lo que creemos fomenta la confianza proviene de momentos en que nuestros miedos más profundos, como el perder a la persona nos lleven a cometer actos que atentan contra nuestra privacidad, sentido común y la propia dignidad ¿estamos dispuestos a ceder nuestra dignidad por haber cometido un error?

La confianza no se recupera del todo, es que siempre está ese miedo a que pueda volver a ocurrir ese maldito hecho que nos llevó a romper uno de los hilos de la trenza más arraigada que son nuestros vínculos para con el otro.

Es entonces que ¿debemos hacer un reporte constante de nuestros pasos para generar confianza o solo debemos seguir siendo nosotros, a pesar de que eso mismo nos llevó a perder la confianza en primer lugar? No necesitamos más inseguridades en este camino por la redención pero toca preguntar ¿qué carajos debo hacer para recuperar la confianza de alguien que se ha desilusionado de uno?

Quizás sea suficiente con dejar el tiempo pasar y ver qué sucede, y si eso no repara nada, cortar para siempre ese vínculo para no seguir perdiendo energías en reparar algo que inevitablemente se ha dañado sin posibilidad de reconciliación. Es que perdonar no es lo mismo que olvidar, máxime, el no poder olvidar podría generar ese renuente pensamiento de que aquella persona podría volver a jugar con eso tan delicado que es la confianza.

¿Debemos esforzarnos en perdonar y olvidar o acaso debemos aceptar el error como cualquier otro error y mirar al frente para seguir con nuestras vidas?

La confianza es algo curioso ¿no?

Casi es un objeto, que ganamos o perdemos, rompemos, reparamos y recuperamos, o simplemente la botamos. Todo por comodidad, o por salud mental.

Asimismo, en tiempos de ambigüedad, donde nadie tiene la verdad absoluta, muchas veces nos encontramos en un laberinto sin salida aparente, donde no sabemos qué camino tomar.

Sentirse desorientado debe ser una de las sensaciones más traicioneras. Capaces de dar grandes avances como de cometer los más graves errores.

Entonces ¿cuál es el salto de fe que debemos dar en rigor de la confianza? Es que ¿Se trata de confiar a fe ciega o debemos tener prueba fidedigna de que la confianza se puede recuperar, pedir pruebas y testigos, hacer un juicio e invocar a nuestro juez más severo para emitir un veredicto que nos deje tranquilos ya sea, confiando o desconfiando?

Por otro lado, está el caso de qué hacer cuando has roto la confianza de alguien ¿podemos seguir teniendo nexos con alguien que no confía en nosotros o debemos esperar a que mágicamente se restablezca y seguir con nuestras vidas como si nada hubiera pasado?

Por mi parte, soy lapidario, no me quedaré donde no confíen en mí. He cometido errores, unos más graves que otros, pero de ellos aprendo y lo mismo espero del resto.

La confianza es algo curioso.



A mis queridos lectores,

Hikaru Ritsuka Host

VOLVER

He pensado mucho últimamente sobre retomar este rincón de mi vida donde expresaba lo que pensaba y lo que sentia. Han pasado tres años desde la última publicación y ni siquiera estaba terminada. Mucha agua ha pasado debajo del puente, y es que este puente pareciera haber sufrido haasta tsunamis ya que estuvo a punto de ser destruido, o al menos quedó muy maltrecho.

Realmente no quisiera hacer una apología acerca de la importancia de retomar viejos hobbies o hábitos sanos para mantener la cabeza ocupada, sino más bien, hacer énfasis en el hecho de retomar.

En los últimos meses he retomado dos relaciones, a pesar de que a los 16 años prometí no volver a hacerlo, resulta que a los 31 años volví con un chico después de unos días de haber terminado conmigo, y a los 32 volví con un viejo amor después de más de 6 años. Ahora aclaremos, el primero tenía en aquel entonces menos de 20 años y el segundo es medio año mayor que yo. Por cierto que son dos situaciones totalmente diferente. Hablamos de dos personas diferentes, dos carácteres completamente diferentes, personalidades diferentes, madurez emocional, personal y experimental diferentes, y asi mismo, puntos de vista diferentes y diferentes etapas de la vida.

Ahora bien, todas estas diferencias nos hacen únicos pero también definen el curso y desarrollo de una relación. Y es que las diferencias pueden ser mínimas o sustanciales, dependiendo de cómo afectan al otro, en ese sentido, las tácticas de supervivencia se activan, pero ¿cuánto tiempo podremos permitir que esas diferencias nos marquen definitivamente? y lo más importante ¿cuánto tiempo vamos a tolerar esas diferencias? ¿cuánto tiempo fingiremos que no nos importan cuando en verdad nos corroe las entrañas? Deberíamos detenernos a pensar en si queremos esas diferencias en nuestras vidas o ¿deberíamos plantearnos optar por salvaguardar nuestra integridad mental y no ceder a las diferencias que nos incomodan?

Pensé en hacer preguntas a mis amigos, como siempre, para determinar y deliberar acerca de los resultados de estas incógnitas pero me surgió otra interrogante: ¿podrán hombres y mujeres, heteros y homos, cis y no binaries, determinar hasta dónde podemos aguantar ciertas o cuales cosas? o es que acaso responden a las configuraciones personales de cada uno y entonces, este tipo de inquietudes no las puedo graficar por segmentos.

Por otro lado, sin embargo, una de las variables que se me ocurre indagar y graficar respecto de los posibles resultados tiene que ver con las diferentes generaciones, los rangos etareos ¿es que acaso los boomers, los X, los millenials, los centenials y los alfa podrían determinar una posición marcada respecto de sus estilos de crianza por implicancias geopolíticas? Al respecto he conocido diferentes casos, algunos excepcionales que me han llegado a sorprender de sobremanera y otros más esperables, para todos los sentidos de factibilidad. Conociendo así, miembros de la Generación Silenciosa con más apertura de mente que muchos millenials, y otros boomers considerablemente mas cerrados de mente que me hacen pensar que su crianza fue supervisada por la santa inquisición o por el corán, en un contexto occidental y completamente distinto al que vivieron.

Hay personas, y esto no aplica a las diferentes generaciones, que están dispuestas al cambio, otras que esperan en cambio y otras renuentes al cambio. Los seres humanos son criaturas interesantes, ya que sus diferentes modos de actuar pueden confundir hasta el más meticuloso de los estudiosos de la conducta. Afortunadamente, la gran mayoría de las personas, en general, hacen cambios en su vida diaria, ya sea en sus hábitos, hobbies, campo laboral y profesional ¿son estos cambios un indicio de que estamos dispuestos a hacer cambios en nuestras vidas o en nuestros estilos de vida que evidentemente nos toman por sorpresa y son antecedente de cambios más profundos en las personas independiente de su sistema de crianza? Estas preguntas parecen ser retóricas, y no estoy insinuando que puedo especular respuestas.

Si a veces somos capaces de cambiar nosotros mismos y creer en el cambio de otros para poder retomar relaciones de antaño ¿estamos predispuestos ceder en el sexo por salvar la relación? ¿necesitamos tanto la estabilidad que soportamos las diferencias que nos incomodan para sostener nuestra estabilidad emocional? y es que estamos dispuestos a cambiar siempre y cuando ello resignifique nuestro estilo de vida a uno más cómodo y mejor según nuestros intereses.

Entonces ¿por qué deberíamos cambiar y abandonarnos a nosotros mismos por el bien de otros? es que en nuestra naturaleza de seres humanos ¿necesitamos tanto ser amados que preferimos cambiar nosotros en vez de esperar que cambien los otros? o quizás es muy injusto pedir que el otro cambie sólo por nuestra comodidad. Tenemos tan incrustado en nuestro chip interno algunos que, pensamos que si no nos adaptamos a la otra persona y si no cedemos ambos no podremos ser felices con esa persona pero ¿podemos cambiar de persona? tal vez esa persona no es para nosotros y nos resistimos tanto a cambiar que evitamos las incomodidades por el bien de la relación.

No deberíamos atenernos a tales limitaciones, las personas pueden o no cambiar, pero sería muy injusto pedirles que se adapten a nosotros si nosotros estamos contentos con quienes somos. No deberíamos pedirle a otros que cambien sólo porque no nos gusta su forma de ser y hacer las cosas. Debemos plantearnos si cambiar de persona es lo más adecuado. Después de todo, es sabido, y conozco casos en ambos extremos, personas que son felices siendo sus propias versiones y otros que no están dispuestos a cambiar, o bien, que están tan hartos de cambiar que ya no se sienten ellos mismos.

Ante la duda prefiero ser yo mismo y cambiar por mí y para mí y así estar contento con mi propia versión de mí. Las normas sociales pueden cambiar pero eso no significa que yo deba cambiar por agradarle a otro, debería poder cambiar sólo para ser una mejor persona para mí y mi entorno, y si eso no agrada al resto y me siento bien conmigo y no daño a nadie siendo como soy, entonces, deberíamos ser capaces de cambiar de entorno en donde nuestras diferencias nos complementen en vez de obligarnos a cambiar para adaptarnos arriesgando nuestra forma de ser y nuestra comodidad.

Elijo estar en constante cambio. Por ejemplo, cambiar de nombre, y por qué no, de pareja, de ciudad, de teléfono, de vida, de discurso, de curso, de país, de objetivos, de metas y hasta de pseudónimo.

Cuando tu pseudónimo cambia a ser tu nombre social de paso a legal, podemos cambiar nuestra mirada hacia nosotros mismos y ser capaces de resistir los cambios que nosotros mismos nos generamos a voluntad.




A mis queridos lectores,

Hikaru Ritsuka Host.




martes, 21 de mayo de 2024

SENTIRSE UDI ES RARO (¿SERÉ UN CUICO POBRE?)

Esta confesión y análisis hace referencia a uno de los tópicos de internet más difundidos y viralizados en Chile, para el cual hay que hacer un poco de contexto, es que la relación entre 'El personaje UDI', 'El Cuico' y lo que voy a escribir es muy estrecha y debe ser justificada, sin ánimos de querer minimizar lo que he hecho, no se puede simplemente.

En los más estereotípicos mitos de internet, es sabido que el cuico (por su acrónimo derivado de los modismos chilenos «culiado y conchetumadre» donde lo más lógico sería escribir 'cuyco', pero ese uso no está aceptado por la sociedad chilena quien ha definido el cómo escribir este acrónimo) es aquel personaje estereotípico caracterizado por tener más poder adquisitivo que la media, suele provenir de una familia reputada o de tradición cuica, vivir en barrios acomodados en casas o departamentos cómodos y bien decorados siempre limpios en gran medida gracias a la clásica "Nana" que se encarga de todo, suelen comprarse artículos de marcas reconocidas, ropas a la moda y por un modo de hablar que pretende (porque no lo logra) ser sofisticado. Hay muchos tipos de cuicos, el cuico simpático, el cuico desagradable, el cuico prepotente, el cuico facho (de derecha, generalmente muy patriota), el cuico socialmente consciente, entre otros.

A los cuicos se les suele atribuir el hecho de que son endogámicos, es decir, que suelen hacer parejas con miembros de su familia, primos en cualquiera de sus grados principalmente, razón por la cual se asocia el que las familias cuicas estén emparentadas entre sí, fusionando negocios y empresas, a pesar de que no esté permitido contraer nupcias, al menos en Chile, con consanguinidad hasta segundo grado. Este aspecto es fundamental entenderlo.

Dentro de los cuicos, hay un segmento que reúne a los de peor calaña en un sub estereotipo de militante o miembro o simpatizante del partido de derecha Unión Democrática Independiente, por sus siglas UDI, sin olvidar la idea de fuerza "popular". Es entonces, que el cuico UDI es relacionado con el antiguo arte de emparejarse, juntarse y, vulgarmente, comerse entre primos. De eso hablaré esta vez.

Aclaro que nunca he sido cuico ni mucho menos UDIota, así que el cuestionamiento en el título viene a juicio de que no reúno las características para ser catalogado como tal. Por consiguiente, el cuestionamiento viene a pito de que por algún extraño motivo he sentido en más de una ocasión el perverso deseo de acostarme con algún primo o prima que tengo por ahí, y en efecto, lo hice.

Recuerdo cuando estaba en la básica aún, me parece que iba en sexto básico, así que ya había tenido algún encuentro sexual prematuro, mis 12 años fueron muy raros. Por aquellos tiempos en una de esas extrañas reuniones familiares con mi vasto lado materno (siempre estoy conociendo gente nueva en esa rama de mi familia, es impresionante) que reunió a un mínimo segmento familiar, para ser precisos, un par de tíos en segundo grado (primos de mi madre), que tenían hijos de mi edad, lo que los haría mis primos en segundo grado, una de ellos, mi prima a la que llamaremos «Dixie» (sólo porque sí) se me insinuó descaradamente y hasta dejó un registro escrito mediante una "cartita" que aún conservo. Resulta que en la misma semana me di cuenta de que Dixie estaba en mi mismo colegio, la tentación estaba latente y cedí ante ella con total holgura: nos besamos y manoseamos descaradamente en un rincón del patio del colegio pero, antes de que fuésemos más allá, sencillamente me dejó de gustar y dejé las cosas hasta ahí (dato de color: hasta donde sé no nos hemos visto en al menos 15 años y contando).

Después de eso, recuerdo el caso de un tío en segundo grado con el que tenemos la misma edad que, solíamos juntarnos mucho de niños y hasta la adolescencia, y cuando descubrí ya entrados los 13 años lo que era la sexualidad y comencé a disfrutarla, la compartí con quien llamaremos «Nano» y cometí uno de los actos más funables de la actualidad: lo desperté sexualmente, es más, lo desperté homosexualmente (lo que prueba que no se enseña ser gay porque este chico al día de hoy es lo menos homo que hay) y es que conmigo experimentó casi de todo y aunque no le gustó nada, fuimos confidentes en muchas ocasiones de nuestras aventuras lujuriosas por varios meses, inclusive fuimos captados por su hermana, horror total. Claro que por él nunca he sentido nada, era un mero morbo sexual.

Casi al mismo tiempo, un primo hermano menor, al que llamaremos «Billy» despertó sexualmente conmigo, y nunca hubo sexo ni mucho menos sentimientos, pero me arrepiento totalmente de aquella experiencia porque después caí en el daño que había hecho y las consecuencias que eso podría tener. Nunca más hablé con Billy, ni siquiera para pedirle perdón.

Después hubo otra ocasión ya en la adolescencia en que me entrometí con un primo hermano al que llamaremos «Boby», y aunque sabía que estaba mal, ambos seguimos por curiosidad, morbo y calentura, fueron contadas ocasiones, pero aunque no había sentimiento, solo existia el morbo y era intenso, jamás hablamos de ello después de la última vez.

Y aunque me gustaría decir que eso es todo, debo admitir que hay un caso más, sorprendentemente menos grave que todos los antes mencionados. Se trata de un primo político, es decir, un primo no consanguíneo pero aquí la historia es más triste, porque si bien, con quien llamaremos «Derek» nos conocimos cuando éramos adolescentes, siempre hubo algo ahí dando vueltas, sólo que ya de adultos cedimos y lo intentamos, fue maravilloso, había sentimiento, pasión y todo marchaba bien, hasta que la relación terminó de la manera más patética con el pasar de los meses debido a mi causa, fui un idiota y prioricé mis compromisos laborales de aquel entonces, enredo que años después aclararía con él en persona y logró que quedásemos en muy buenos términos al día de hoy. Y es que Derek fue uno de mis más sentidos fracasos amorosos, a pesar de la incómoda verdad de que nuestras familias se juntaban a veces como una sola en eventos familiares.

De las cinco experiencias se puede hilar una historia, muy turbia, a decir verdad. No es de extrañar que se me pueda tildar de un maniaco sexual o de un depredador. De todas maneras, no es el objetivo vanagloriarme de ello. Es que son experiencias que, de no haberlas vivido, contarían otra historia de mí.

Este tipo de experiencias son hechos aislados dentro de mi vida personal. Pero lo cierto es que son hechos aislados en la vida de muchos otros también. No es necesario preguntar a mucha gente si han tenido experiencias cercanas con familiares, sobre todo con primos, primos cercanos inclusive. Se trata de anecdotas que nutren nuestro pasado y, como dirían por ahí, forman el carácter.

¿Aprendemos de nuestras experiencias, o esperamos olvidarlas en el fondo de nuestro baúl emocional?

En algunos casos la verdad sale a la luz cuando escuchamos a otros confesar, pero son pocos los que toman la iniciativa de confesar este tipo de experiencias. Cabe entonces cuestionarnos ¿Estamos preparados para tener esta conversación? Quizás necesitamos en el fondo mucha aprobación del entorno o saber que no somos los únicos en vivir ciertos procesos que, nos quitamos nuestra inhibición y decidimos confesar que alguna vez fuimos el placer culposo de un familiar cercano o que tal vez los tuvimos.

En nuestra sociedad actual es difícil establecer límites claros acerca de lo que podemos aceptar y lo que no. La aceptación social es cada vez más ambigua debido a que la libertad y el libertinaje están siendo vistos como una opción personal incuestionable donde hay poco o nulo espacio al excrutinio social. Sin embargo, a estas alturas, se valora mucho más la aceptación personal, independiente de si eso incluye o no un jucio de valor por parte de nosotros mismos.

En ese sentido, hay quienes en su mente tienen a un juez severo y otros un juez más indulgente. Todo depende de los valores morales interpuestos o aprendidos que tenga cada uno. Lo que sí es aceptable es que tengamos presente que ambas partes de una relación deben haber estado de acuerdo o acepttar tácitamente algún tipo de intimidad, de lo contrario, nos enfrentamos a un juicio más que severo, y es que, la experimentación y exploración están permitidos siempre y cuando exista consentimiento, de lo contrario ya pasa a ser abuso, y no queremos entrar en ese agujero.

Si tenemos claras las reglas del juego y aceptamos nuestro pasado, podemos seguir contando anécdotas de nuestras experiencias con libertad y sin inhibiciones, después de todo, se trata de una etapa, una en la que aceptamos ser un poco cuicos en pos de probar los límites naturales, sociales y morales. Tal vez, algún dia podamos tener relaciones libres de excrutinio para crecer sin tener que ocultar lo que somos y lo que hemos hecho.



A mis queridos lectores

Amaroh Hikaru Melville.